Dedicado a la memoria del maestro Juan Rulfo. I El general Gerardo Méndez yacía acostado boca arriba en una carreta de pastura, algo le pasaba, agonizaba. El camino que llevaba a su hacienda estaba desierto, ni un alma pasaba por ahí. Esta era mala tierra, todo lo secaba, todo lo pudría, un llano infértil, polvoso, muerto. El sol como una rueda incandescente se cernía despiadado sobre los pocos matorrales que asomaban. El hijo del general, el joven teniente Ernesto Méndez lo miraba con odio. - ¡Ahora soy yo el que manda!- Le dijo. ¡Ahora soy yo el de dinero! Y continuó hablándole así, en un tono duro, hasta que sus pulmones no pudieron más y comenzó a gritar. Y hubiera seguido así, el joven teniente, vestido de gala, con la pistola al cinto y su impecable sombrero de fieltro, si no fuera porque ladraban los perros, y allá lejos en el camino –cosa extraña- venían unas gentes asomando en la vereda. El viejo s...
Relatos oscuros de Ernesto Moreno
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